Al llegar a la oficina, Amara no saluda a nadie. Apenas cruza el umbral, camina con pasos firmes, casi mecánicos, hacia su despacho y cierra la puerta de un golpe seco y se queda de pie, inmóvil, respirando agitadamente como si hubiera corrido una maratón emocional.
Se deja caer sobre la silla giratoria de cuero negro y fija la mirada en la pantalla de su ordenador. Tiene correos urgentes, informes sin revisar, decisiones que tomar… pero no puede. No puede pensar en otra cosa más que en las palabras de Kate, aquellas que aún le retumban en la cabeza como un eco venenoso: ”Liam y yo estamos en pareja.”
Un nudo le aprieta el estómago. El aire se vuelve denso, irrespirable. Su vista se nubla. Levanta la mirada al techo intentando no quebrarse, pero una lágrima escapa sin pedir permiso. Entonces, en un impulso que ni siquiera intenta controlar, toma el celular con manos temblorosas y marca su número.
Una vez.
Dos.
Cinco.
Diez.
Nada. Todas las llamadas son rechazadas si