Carlota sostiene su mirada un segundo, calibrando. –De acuerdo –concede. –Pero la pongo en altavoz. Y cortás cuando yo te diga.
Se arma el dispositivo en menos de dos minutos. Nadie alza la voz. Nadie gesticula demasiado. La tensión se contiene como un hilo de acero.
Liam se acerca a Cristóbal. Ya no lo agarra del cuello; no hace falta. Hay palabras que siguen marcadas en la piel aunque no haya dedos apretando. –Si esto es un juego de ella –dice. –lo vamos a terminar nosotros. Si no… –no completa. Tampoco hace falta.
–No quiero que nadie salga herido –dice Sophie, casi en un ruego. –No más.
–Nadie –responde Amara, seca. –Pero si intenta entrar, no va a gustarle lo que encuentre.
El equipo de Seguridad se despliega. Dos agentes de traje oscuro toman posiciones en la puerta. En los pasillos, se encienden luces frías. El operativo respira por el edificio como una bestia sin rostro.
Carlota mira otra vez la tablet. El punto sigue ahí. –No se movió –informa. –O quiere que creamos que no.
–