Una vez afuera, Liam la sostiene unos segundos más en sus brazos, con la respiración entrecortada, como si el solo hecho de soltarla pudiera significar perderla para siempre. Sus manos tiemblan, no se sabe si de furia contenida o de un miedo más profundo, más íntimo. La noche los envuelve con un silencio húmedo, apenas interrumpido por el sonido lejano de la ciudad que parece indiferente a la tragedia que se cuece entre ellos. Finalmente, como si se arrancara un pedazo de sí mismo, Liam la deja en pie.
En ese instante, Amara, con un impulso feroz que nadie habría esperado de su cuerpo tambaleante, levanta la mano y lo golpea. La bofetada resuena en el aire como un trueno, cortando el velo de tensión que ya los asfixiaba.
–¿Qué diablos estás haciendo aquí? –escupe, con la voz rota, entre el ardor del alcohol y el veneno de la rabia, con su mirada, nublada por las lágrimas, es un mar embravecido que amenaza con tragárselo todo.
Liam no se mueve. Apenas entrecierra los ojos, como si q