Amara alza la mano con torpeza, intentando detener un taxi que se acerca con las luces encendidas. El aire frío de la madrugada le corta la piel como cuchillas, y sus lágrimas, mezcladas con el sabor amargo del alcohol, le empañan la visión. Solo piensa en desaparecer, en huir de todo lo que duele.
Pero antes de que pueda abrir la puerta, una mano firme, cálida y temblorosa, se cierra sobre la suya. La obliga a girarse
Liam está ahí y sus ojos oscuros, encendidos de desesperación, se clavan en los suyos. Es una mirada que arde, que hiere, que suplica. Un silencio los envuelve, un silencio pesado que dice más que cualquier palabra.
–No te vayas así –murmura, con la voz quebrada, al borde del derrumbe.
Amara intenta liberarse, pero él no la suelta. Su fuerza no es violencia, es miedo. Es la angustia de quien siente que, si abre los dedos, lo pierde todo. –Liam, suéltame –exige, aunque su voz tiembla, porque el nudo en su garganta apenas le deja respirar.
Él da un paso más cerca, ta