La tarde avanza lentamente en la oficina de Amara. El sol que se cuela por los ventanales proyecta un resplandor anaranjado sobre la mesa de roble, donde descansan carpetas, presupuestos y contratos a medio revisar. Frente a ella, el contrato del salón de bodas y el espectáculo de la recepción la espera, frío y definitivo. Toma la pluma con dedos temblorosos, intentando mantener el control sobre cada trazo de su firma, como si al dejar su rúbrica no solo aceptara un evento, sino también el destino que se cierne sobre ella.
El silencio se rompe con la vibración de su celular. Lo toma distraída, esperando un recordatorio de la empresa de catering o un mensaje de Sophie con nuevas ideas para la decoración. Pero lo que aparece en la pantalla la congela: “Aquí comienza el show.”
El corazón le da un vuelco. Se le escapa un suspiro entrecortado, tan leve que parece un lamento. Siente que el aire se espesa y que las paredes de la oficina se cierran sobre ella. La frase resuena como un eco mal