Carlota es la primera en cruzar la puerta con paso firme, seguida de cerca por los miembros de su escuadrón, todos vestidos con trajes tácticos negros, perfectamente alineados, como sombras entrenadas para no dejar huella. En la penumbra de la oficina de Carlos Laveau, sus siluetas proyectan una amenaza silenciosa, una tensión densa que corta el aire como un cuchillo bien afilado.
Todos los ojos se dirigen a Liam, que se mantiene erguido frente al escritorio, la mandíbula tensa, las manos entrelazadas detrás de la espalda como un soldado a punto de presentar su informe ante un tribunal militar.
—Se le ha colocado un microchip rastreador subdérmico a Cristóbal —comienza Liam, con voz grave y medida—. Pero no tenemos garantía de cuánto tiempo pasará antes de que lo detecten. Como bien sabemos todos los presentes, Lucas y Kate poseen formación militar avanzada y experiencia en contraterrorismo. No subestimarán algo así.
Un murmullo sordo recorre la sala. Carlos da un paso al frente, v