–No, Lucas. Si ella llega a enterarse de que eres quien ejecuta a sangre fría a Amara… –hace una pausa, dejando que las palabras pesen como plomo– …se va a alejar. Se va a ir para proteger a Lucero. Y entonces, la vas a perder para siempre. Y lo sabes– Asegura mientras da un paso al frente .
Lucas frunce el ceño. Su respiración se vuelve irregular, sus músculos tensos, el pulso al límite. Apretando los dientes, lucha por contener el impulso de gritar, de golpear algo, de disparar. Finalmente, baja la cabeza. No por convencimiento, sino por estrategia. Está derrotado, pero no vencido. –Está bien… –murmura con voz áspera y Cristóbal con movimientos firmes, casi quirúrgicos, le quita el arma.
Sin embargo, Lucas no se aleja. Se lanza sobre Amara, que continúa en el suelo, maltrecha, con el rostro ensangrentado y la mirada perdida en el techo como si ya no habitara su propio cuerpo, la toma con fuerza de la barbilla, obligándola a enfrentarlo. –No te confundas, basura. Esto no es compa