Liam la mira, temblando de rabia, pero también de algo que no puede reconocer del todo, algo que le duele más que la ira misma. Amara no lo necesita, nunca lo ha necesitado. Pero lo tiene allí, como un muñeco en sus manos, un simple objeto. Un juguete roto. –Tú y yo jamás fuimos más que eso –continúa ella, en voz más baja ahora, pero sin un atisbo de emoción. –Jefa y empleado. Con un simple contrato para casarnos. Nada más.
Esas palabras lo golpean con la fuerza de una tormenta. Como un latigazo cruel que le rasga la piel y lo deja en carne viva. Liam aprieta los puños sobre el volante, su cuerpo entero está tenso, como si pudiera estallar en cualquier momento. La traición le arde en la piel, un fuego que no puede apagar, pero lo que más le duele, lo que realmente lo desgarra, es que, en el fondo, sabe que lo que ella dice no está tan lejos de la verdad.
–Estás equivocada –dice con voz quebrada, casi inaudible, como si por fin el peso de sus propias palabras lo estuviera ahogan