Amara empuja suavemente la puerta de la casa de Cristóbal, que cruje como si también protestara por su presencia. La habitación está en penumbras, iluminada solo por la luz cálida que se filtra a través de la ventana alta. En las paredes, decenas de fotografías cuidadosamente enmarcadas cuelgan como testigos silenciosos de otro tiempo. Sin decir una palabra, se sienta con elegancia, cruzando las piernas con una calma fingida. Pero por dentro, el pecho le arde. –¿De qué quieres hablar conmigo? –pregunta finalmente, sin molestarse en ocultar el tono áspero de su voz. Sus ojos se clavan en una de las fotografías más recientes, en la que Cristóbal sonríeCristóbal tarda en responder. Se acerca lentamente y se sienta frente a ella, con una expresión tan contenida que parece a punto de estallar. –Yo no quiero hablar contigo Amara –responde al fin, con voz baja pero cargada de reproche–Eres tu la que necesita hablar… al menos eso me dijeron.Amara frunce el ceño, confundida por la dureza
Sus palabras caen como un puñal. Amara se estremece, no por el frío de la noche, sino por el filo invisible de la verdad que se acerca demasiado a su piel. Parpadea lentamente, como si así pudiera contener el vendaval que amenaza con arrasarlo todo dentro de ella. Sabe que la verdad puede herir… pero también que la mentira es la única manera de sostener lo que queda en pie.–No lo amo –responde con firmeza, aunque cada sílaba le rasga la garganta–Solo… solo lo usé. Quise creer que si llenaba el vacío con alguien más, lograría olvidarte. Pensé que el tiempo, la costumbre, incluso su cariño, podrían borrar lo que siento por ti. Lo que sentí desde aquella noche… desde nuestra primera vez.Sus ojos se nublan. Está mintiendo. Y lo sabe. Cada palabra es una daga que se clava en su propio corazón. Porque su corazón no puede negar que ha habido ternura con Liam, momentos reales, aunque fragmentados. –Pero no funcionó –continúa, bajando la vista–. Ni siquiera con todo el amor que él me ha
El beso dura apenas unos segundos, pero es suficiente para detonar algo. Amara lo empuja levemente, sorprendida y furiosa. –¿Estás loco? –espeta en voz baja, mirándolo con los ojos abiertos por la indignación, mientras sus mejillas arden de vergüenza. Siente la mirada de Liam clavada en ellos desde la distancia.Cristóbal sonríe, satisfecho. Con una calma que hiela y le acaricia el rostro con la punta de los dedos, como si fuera la escena final de una obra bien ensayada.–Nos vemos mañana, mi amor –dice en un tono meloso, deliberadamente fuerte, asegurándose de que Liam lo escuche.Luego, le suelta la mano con lentitud, como si le costara desprenderse de ella. Como si aún tuviera derecho. Amara da un paso atrás, temblando de rabia. Sus labios aún arden, no por deseo, sino por la humillación.Se gira bruscamente y camina hacia el auto, evitando mirar a Liam, sabiendo que su mirada la está quemando por dentro. Cuando llega a la puerta del auto, él apaga el cigarrillo con una furia sor
Él finalmente se gira. Sus ojos se encuentran. Y en ese segundo, se dicen más de lo que las palabras pueden nombrar. Rabia. Dolor. Amor. Orgullo. Todo se cruza en un destello de segundos.—¿Y tú qué sabes lo que quiero, Amara? —pregunta con frialdad, aunque su mirada tiembla. –¿De verdad crees que todavía sabes quién soy?Ella no sabe qué responder. Porque no lo sabe. Porque siente que cada vez que lo mira, lo reconoce y lo pierde al mismo tiempo.—Avíseme si necesita algo —concluye él con un tono frío, formal, distante. Ese tono que solía usar con desconocidos… pero que ahora lanza contra ella como un cuchillo. Amara se queda paralizada en el umbral de la puerta, sintiendo que esas palabras le arrancan el alma de cuajo.Sin mirar atrás, Liam comienza a descender las escaleras, con pasos pesados, como si cada escalón lo alejara no solo de ella, sino de todo lo que alguna vez fue suyo. A su alrededor, los cuadros elegantes, los muebles costosos y los largos pasillos parecen burlar
Amara baja lentamente las escaleras de la mansión, como si cada peldaño fuera una losa de granito que pesa más que el anterior. Sus pasos resuenan en el mármol con una quietud casi solemne, y su corazón, aunque intenta mantenerse firme, palpita con un nerviosismo contenido. Apenas gira en la curva del pasillo, lo ve. Como cada mañana, Liam la espera en la entrada con la puerta abierta. Pero esta vez, algo es distinto. Muy distinto.Él no la mira. Ni una palabra, ni un gesto, ni siquiera ese cruce fugaz de miradas que solían compartir, incluso cuando todo se derrumbaba a su alrededor.Liam se limita a abrir la puerta del auto con un movimiento mecánico, profesional, sin alma. Y eso la desgasta más que cualquier insulto, más que cualquier discusión. Se sienta en el asiento trasero en silencio, esperando —quizá deseando— que él diga algo. Algo mínimo. Pero no. El motor ruge suavemente, y el trayecto hacia la empresa se convierte en una prisión de indiferencia. Amara lo observa por el e
HORAS DESPUÉS Amara revisa unos documentos cuando la puerta y su amiga Sophie Jazmín ingresa en su oficina. —Amiga… —dice con voz tensa. —Tu padre me pidió que te avise que hay una reunión urgente. Exige que todo el personal vaya ahora mismo a la sala de juntas.Amara alza la vista, frunciendo el ceño de inmediato. El repentino cambio de rutina le deja una punzada en el pecho. —¿Qué? —pregunta, soltando los papeles sobre el escritorio con un golpe seco. —¿Dijo cuál es el motivo?Sophie niega despacio, con una expresión que dice más que mil palabras. —No… solo que es extremadamente importante. Dijo que nadie debía faltar. Su tono… no era normal. Sonaba frío. Frío incluso para él.Sin decir nada más, camina hacia la puerta. Sophie la sigue de inmediato. Detrás de ellas, silencioso como un presagio, va Liam. Sus pasos son firmes, él no pregunta, no opina. Solo observa. Pero sus ojos la buscan, la protegen desde la distancia.El pasillo de la empresa, generalmente lleno de ruido y mo
–¡Amara, espera! –le grita Sophie, tropezando con una silla en el camino, pero sin detenerse.Llegan a la oficina. Amara entra y cierra la puerta con fuerza. No la tranca, pero el golpe basta para dejar claro que nadie debe interrumpir. Apenas dentro, se desploma emocionalmente. Camina de un lado a otro, presa del pánico, del dolor, de la impotencia. Lágrimas calientes caen sin control por sus mejillas, arruinando el maquillaje que aún quedaba intacto.–¡¿Qué fue eso?! –pregunta Sophie, agitada, cerrando la puerta tras ella. La observa sin comprender, horrorizada–¿Qué demonios acaba de pasar allá afuera?Amara no responde. Se lleva las manos al rostro, tratando de contener los sollozos. Pero ya no hay fuerza que contenga el derrumbe.–¿Te casarás…? –insiste Sophie, acercándose. –¿Te casarás con Cristóbal ? ¡¿Por qué, Amara?! ¿Por qué harías algo así si tú… si tú amas a Liam?El nombre de Liam rompe algo dentro de ella. Como una cuerda que se tensa demasiado y finalmente se quiebr
Al sonar el último aviso del reloj, marcando el fin de la jornada laboral, Amara se pone de pie con movimientos lentos, casi automáticos. Sus manos, temblorosas, comienzan a guardar sus pertenencias: la agenda, unos papeles que ya no puede leer sin que las palabras se le desdibujen por la confusión que arrastra desde esa mañana, su lapicera favorita. Cada gesto parece pesarle como si llevara encima una culpa que no le pertenece, pero que la arrastra igual.Hasta que el silencio de la oficina es quebrado abruptamente por el chirrido de la puerta al abrirse sin previo aviso. –Amara, ¿Estás molesta?– pregunta con una mezcla de preocupación e inseguridad, avanzando unos pasos hacia ella. Ella no se gira. Mantiene la vista fija en el bolso que está cerrando, como si en él pudiera esconder todo lo que siente.–Contigo no –responde, apenas audible, evitando mirarlo, como si sus ojos fueran demasiado peligrosos en ese momento. –Solo que… no estaba preparada para que todos se enteraran de