El plan está en marcha. Las órdenes ya han sido dadas, y cada integrante d cumple su rol con precisión quirúrgica. En un rincón del galpón, iluminado apenas por un foco intermitente, Úrsula ajusta los últimos detalles. Viste a Amara como si preparara un artefacto de infiltración. Nada queda librado al azar. El vestido es una pieza clave: un trapo floreado y sin forma, idéntico al que usaría cualquier anciana de barrio rumbo a comprar perejil. Encima, le añade un abrigo de lana desgastado, con un persistente aroma a naftalina. La transformación debe ser total.
Luego, toma la base de maquillaje y comienza a cubrir cada imperfección, pero también a borrar rastros. La piel pálida de Amara se torna más oscura. Coloca con manos firmes una peluca negra azabache, bien sujeta, ajustada con horquillas estratégicas. Para terminar, con un pulso firme, le coloca los lentes de contacto color marrón. Los ojos de Amara, alguna vez intensamente claros, ahora son dos pozos oscuros y serenos.
–Respirá