Liam conduce en silencio, con las manos tan apretadas sobre el volante que los nudillos se le ponen blancos, y por primera vez en mucho tiempo siente que la carretera frente a él no es un trayecto cualquiera sino una especie de línea frágil que separa dos vidas posibles: una en la que logra proteger a todos los que ama, y otra en la que todo se le desmorona entre los dedos, empezando por la persona que menos merece seguir pagando por decisiones que no tomó, Lucero.
Mientras el auto avanza, la imagen se le repite una y otra vez: la explosión, el humo, Carlota tirada en el piso, la sangre en sus manos, el rostro de Amara empolvado, con los ojos enormes, su vientre bajo su mano; y después, como un eco que se mete por la rendija de todos esos recuerdos, la voz de Kate riéndose, celebrando, convencida de que lo destruyó todo, de que se llevó a Amara, de que lo dejó solo.
No está solo, piensa Liam, aunque por momentos le gustaría estarlo, porque tener gente alrededor implica responsabilid