Mientras en el refugio la estructura emocional cruje, en otra parte de la ciudad Carlos apaga uno de los televisores de su despacho improvisado. No necesita ver más: sabe perfectamente qué imágenes están repitiendo, qué datos están leyendo, qué palabras están usando. Él las escribió.
Tiene frente a sí las carpetas originales: las fotos, las copias de correos, los extractos de cuentas bancarias. Los papeles están prolijamente ordenados, como si fueran una exposición de museo.
El golpe en la puerta no lo sobresalta. Lo estaba esperando.
Kate entra sin pedir permiso.. Está despeinada, sin maquillaje, las ojeras marcadas. Tiene los ojos inyectados de rabia. –¿Te estás divirtiendo? –pregunta, cerrando la puerta de un portazo. – ¿Te gusta ver cómo el mundo se alimenta de tus archivitos?
Carlos no responde al principio. Se sirve un whisky, lo mira contra la luz. –Es eficiente –dice. – No me interesa si es entretenido o no. Me interesa que funcione.
–¿Eficiente para quién? –replica ella.