En el refugio, la noche cae con un peso extraño, como si el aire se volviera más espeso y obligara a todos a respirar despacio, pero nadie tiene sueño. La casa está iluminada apenas por las lámparas bajas que dejaron encendidas para que Lucero no se despierte sobresaltada, y aun así parece demasiado silenciosa, demasiado consciente de cada respiración, de cada movimiento, de cada sombra detrás de las cortinas. Liam camina de un lado a otro en la cocina con el celular en la mano, actualizando titulares, leyendo mensajes, revisando comentarios, algunos amenazas abiertas, otros palabras de apoyo, pero la mayoría insultos disfrazados de preocupación pública. Todo mezclado, como si el mundo entero hubiera decidido meterse en su vida en el peor momento posible.
–Dejá eso –dice Amara desde la puerta, con los ojos enrojecidos pero secos, como si hubiera agotado las lágrimas y ahora solo le quedara la determinación. Habla en un tono bajo para no despertar a Lucero ni a Ayslin, pero firme, sin