El disparo resuena en la iglesia como un trueno que desgarrara el cielo. El eco rebota en las paredes ennegrecidas por el humo, y durante un instante parece que hasta las llamas contuvieran la respiración.
Liam se tambalea. Sus ojos, oscuros, se abren como si contemplaran el abismo por primera vez. Amara grita su nombre, un grito que no es humano sino animal, desgarrado, primitivo. La bala lo ha alcanzado. La sangre brota de su costado izquierdo, tiñendo la tela blanca de la camisa y el traje que hasta hacía minutos había sido símbolo de unión y ahora era estigma de muerte.
–¡Liam! –Amara se lanza hacia él, atrapándolo entre sus brazos antes de que golpee contra el mármol del altar. Sus manos tiemblan, se cubren de rojo. –No, no, por favor, no me dejes, no…
El rostro de él se contrae, el dolor lo atraviesa, pero aun así fuerza una sonrisa que parece hecha de cenizas. –Todavía… todavía no…
Las lágrimas de Amara caen sobre sus labios, como si pudieran apagar la herida abierta. Lo a