Cristóbal, aún temblando por dentro, aprieta el celular con los dedos entumecidos. Sus nudillos están manchados de sangre seca. Respira hondo, mira a Sophie y a Liam. Ambos lo observan en silencio, atentos, como si el mínimo error pudiera arruinarlo todo. Activa el altavoz y marca.
Al quinto, una voz irrumpe al otro lado, áspera como lija, cargada de veneno. –¿Qué carajos quieres ahora? –escupe Lucas con furia.
Cristóbal traga saliva. No puede titubear. No ahora. Tiene que sonar firme, leal y frío. –Lucas… en quince minutos estaré en la cabaña –dice, esforzándose por sonar resuelto, como si no tuviera el alma hecha trizas.
Del otro lado hay un silencio tenso. Luego, la carcajada seca de Lucas lo atraviesa como una ráfaga de escarcha. –No, imbécil. Ya no. Mis hombres van a sacar a esa perra de ahí antes de que alguien se acerque demasiado. Vamos a moverla… y después veremos dónde la dejamos. Antes de venderla, claro –agrega con desprecio, como si hablara de un mueble viejo que ya l