La llave apenas roza la cerradura cuando Ayslin advierte el murmullo de risas en la sala. Empuja la puerta con cautela y se detiene en el umbral: el suave resplandor de la lámpara revela a Lucas arrodillado sobre la alfombra, haciendo girar un trompo de madera mientras Lucero aplaude, fascinada por aquel torbellino de colores. La escena, casi doméstica, resulta desconcertante; el aire mismo parece sostener la respiración.
–¿Cómo… cómo entraste? –pregunta Ayslin, cerrando tras de sí con un golpecito nervioso. Su voz se quiebra entre la sorpresa y el desasosiego.
Lucas no desvía la mirada del juguete; un destello de sonrisa ilumina su rostro, pero no alcanza sus ojos. –¿Fuiste a ver a Liam? –inquiere, con una calma que hiela la habitación, como si su presencia allí fuese la cosa más natural del mundo.
–Sí. –Ayslin inspira hondo, intentando recuperar autoridad. – Me molestó que no avisara que iría a la casa de los Laveau… a escondidas. –Su tono se vuelve agrio, cargado de reproche.
E