Gabriel me miró antes de marcharse. No dijo nada. No hacía falta. Él ya me conocía, sabía lo furioso que estaba. Declan también se fue. Agradecí que ellos siempre estuvieran ahí
cuando el mundo estaba a punto de estallar.
Minutos después, bajé las escaleras. Estaba molesto, por todo lo que había ocasionado. Crucé la sala a la velocidad de la luz. Cada paso que daba era una detonación. No lograba contener mi ira. La mansión entera pareció encogerse ante la energía que me cargaba.
La puerta de su habitación estaba entreabierta. Empujé con brusquedad y entré como una fiera buscando presa. La busqué con la mirada dispuesto a escupir cada palabra que me quemaba la lengua. Pero entonces… me congelé.
La puerta del baño estaba abierta. Ella estaba de espaldas al espejo. Desnuda.
No me vio.
El vapor difuminaba la silueta perfecta que reflejaba el cristal. Y yo, maldita sea, no pude apartar la vista. El cabello empapado se pegaba a su espalda, las gotas bajaban lentamente por su piel, como