La conduje por el pasillo en silencio, sin decirle a dónde íbamos. Estaba inquieta, insegura, pero no hacía preguntas. Eso me gustaba. Aprendía rápido.
Al llegar a la puerta de la sala de cine, la abrí sin mirarla. Ella titubeó un segundo antes de entrar. Me adelanté y activé el sistema. Las luces se encendieron suavemente. No dije nada. Me limité a tomar el control y sincronizar lo que ya había planificado con antelación.
Ella abrió tanto los ojos que por un momento pensé que iban a salirse de su órbita. Se quedó de pie en la entrada, paralizada, como si hubiese cruzado el umbral hacia otro mundo. Observaba todo con una fascinación desmedida, como una niña entrando por primera vez a una feria.
Movió la cabeza lentamente, tomando cada detalle de la sala. Sus labios se entreabrieron con un leve suspiro y luego… sonrió.
Sonrió con esa maldita inocencia que me fastidiaba.
No podía ser real. Nadie era así de transparente. Nadie sonreía así sin intenciones ocultas.
Estaba fingiendo.
Tení