Vincet.
La vi entrar al comedor, llevaba un vestido rojo, el cabello recogido de forma sencilla y un toque de color en los labios. Su andar era torpe, inseguro.
Quise creer que era solo el vestido y una creación de Carmencita. Que todo era cuestión de maquillaje, tela y peinados. Me repetía mentalmente que seguía siendo la misma criatura ingenua que había llegado a perturbar mi paz. Pero mentirme nunca fue mi especialidad.
Se veía distinta. No transformada, aún faltaba para eso… pero la idea de lo que podía llegar a ser empezó a perfilarse mucho más.
Mientras se acercaba me obligué a no apartar la mirada. Era una prueba, una más. Sentarme en esa mesa con ella era poner a prueba no solo su temple, sino el mío. Quería medir cuánto de ella podía encajar en mi mundo. Cuánto resistiría antes de quebrarse… o de cambiar. Y cuánto soportaría yo al tener que convivir con ella no solo compartiendo una cena, ese era solo el principio. Tendría que compartir muchos más lugares, mi espacio, m