Sus labios se acercaron, su mano ascendió por mi pecho con un toque provocador.
—Estoy aquí, dispuesta a ser lo que quieras, tu complemento perfecto.
La miré. No moví ni un músculo. Dejé que hablara, que jugara su carta.
—¿Terminaste? —pregunté, con voz baja y segura.
Ella sonrió, pero esa sonrisa ya no tenía la misma astucia. En sus ojos, por primera vez, apareció algo que no conocía: duda. Movió su cabello, su perfume se hizo más fuerte invadiendo mi espacio, pero ya no tenía ningún efecto en mí.
—¿Sabes lo que provocas en algunas mujeres?
Su aliento rozó mi mandíbula.
—Dicen que nadie ha logrado reemplazarme —Su voz se volvió más suave, más venenosa—. Vincent. Vamos, reconócelo, no seas tan orgulloso.
Me fastidiaba, sin embargo no iba a demostrarlo. Así que mantuve mi postura. La miré sin interés. Yo también sabía cómo jugar, sabía lo mucho que le molestaba sentirse ignorada.
—Podemos empezar por esta noche —susurró, su boca se acercó peligrosamente a la mía.
No moví ni un mú