Albert miraba su reflejo en el espejo del baño.
Tenía una mancha de puré de zanahoria en el hombro izquierdo de su camisa… y un calcetín de dinosaurio colgado del bolsillo trasero.
Y, sorprendentemente…
le parecía perfecto.
—Te queda bien el caos —dijo Emily desde la puerta, abrazando una taza de café—. Te hace menos CEO y más… humano.
Albert giró la cabeza, sonrió cansado y enamorado al mismo tiempo.
—¿Eso es un halago?
—Es un ascenso emocional.
Llevaban dos semanas viviendo juntos.
No en una mansión. Ni en un ático de lujo.
En un piso amplio, funcional, en un vecindario familiar cerca del hospital de Valeria.
Albert había insistido:
—Si vamos a empezar de nuevo, quiero hacerlo contigo. Desde cero. Sin la familia, sin el apellido. Solo nosotros.
Las mañanas eran una ópera sin libreto.
Leo lloraba porque Ariadne le había mordido el chupete.
Alexander se escondía detrás del sofá con una galleta contrabandeada.
Emily gritaba nombres en orden aleatorio y Valeria aparecía con un café trip