La bandeja de entrada de Emily Thompson tenía veintitrés correos no leídos cuando abrió su laptop esa mañana. El segundo estaba marcado como “Urgente”.
—Felicidades a tu jefe por su futura boda. ¿Ya hay lista de regalos? —decía el mensaje de una proveedora con la que había intercambiado apenas dos correos en el pasado.
Frunció el ceño.
El cuarto correo decía: “Estaremos encantados de colaborar con los obsequios de bienvenida a los invitados del señor Brown. ¿Puedo confirmar la fecha?”
El octavo era peor: “Querida Emily, ya me enteré. ¡Qué emoción! ¡La boda en dos meses! ¿Es cierto que tú estás ayudando con los preparativos?”
Emily soltó el ratón y se recostó contra la silla, mirando al techo como si buscara una cámara oculta.
—¿Estoy en una broma de mal gusto?
Como si fuera poco, esa misma mañana comenzaron a llegar paquetes a su nombre. No eran para ella. Eran para Albert. Regalos de bodas. Vinos, juegos de copas, velas aromáticas con notas que decían: “Para que disfruten su nueva et