Emily salió del edificio de Brown Enterprises con una carpeta bajo el brazo y una advertencia en su cabeza repitiéndose en bucle:
“No te ilusiones, no te ilusiones, no te ilusiones.”
Llevaba puesta una blusa crema y una falda lápiz azul marino, el mismo conjunto que había usado durante el día, pero retocado con unos tacones nuevos y un poco más de lápiz labial. Valeria había insistido: “por si acaso la cena se extiende más allá del plato principal”.
Lo cual era ridículo. Era solo una cena de negocios. Entre un CEO neurótico y su asistente con el radar sentimental fundido.
Pero cuando Albert bajó del auto negro frente al restaurante y se acercó para abrirle la puerta, vestido con un traje gris oscuro, sin corbata y el primer botón de la camisa desabrochado… Emily supo que iba a necesitar más que autocontrol para sobrevivir la noche.
—Gracias —dijo, sin mirarlo demasiado mientras bajaba del coche.
—El restaurante es tranquilo. Nada ostentoso —comentó él, como disculpándose.
Lo era. Tran