Capítulo 33

Como era de esperarse, ni Rosanna ni Violeta siguieron las indicaciones y terminaron jugando con entusiasmo en el suelo. Las risas de la niña llenaban la habitación como un eco luminoso, y por un momento, todo parecía sencillo. Rosanna creyó que podría resistir: solo estaba ahí, sentada sobre la alfombra mullida, moviendo muñecos de trapo y escuchando la vocecita dulce de su hija inventar historias.

Pero el cuerpo no perdona. El dolor empezó como un tirón leve, un zumbido sordo en la parte baja del tórax que fue escalando como un oleaje denso que inundaba todo su pecho. Intentó ignorarlo, apretó los dientes, pero las punzadas no tardaron en agudizarse. Su respiración se volvió irregular, y una presión helada se instaló en su garganta.

El juego se volvió un castigo. La risa de Violeta, que segundos antes era melodiosa, ahora parecía perforarle los oídos.

—Mi amor… detente —murmuró Rosanna, con lágrimas en los ojos, sin poder disimular más el temblor que le sacudía las manos—. Lo siento
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