—Lo siento, Rubén, no puedo abandonar mi práctica. Además, ella me necesitaría una hora al día, no más. Puedo conseguirte una buena enfermera, si crees que hace falta.
—Sabes que no dejaría entrar a la casa a nadie que no sea de mi absoluta confianza.
—En ese caso, recuerda que Jasmine estudió enfermería. Aunque no ha ejercido formalmente, suele ayudarme cuando debemos atender a tus chicos o hay algún problema en el Velvet. Podría venir unos días a darte una mano.
—Es verdad… no lo había pensado. Aunque ella tiene mucho trabajo… pero le preguntaré.
—Le apliqué un calmante —informó Liliana, mientras terminaba de revisar el vendaje en las manos de Rosanna—. Dormirá varias horas. Vendré mañana temprano para ver cómo sigue.
—Gracias. Y discúlpame por molestarte tanto… pero necesito pedirte algo más —añadió Rubén, bajando un poco la voz—. ¿Podrías contactar al psiquiatra que mencionaste? El mejor del país, si es posible.
—De acuerdo. En la universidad trabaja el doctor Pinzón. Escribió var