Alejandro frunció el ceño al oír aquel nombre. ¿Qué pinta Martina en esta historia?
Luciana, que conocía el interés de Salvador por Martina, no se sorprendió; solo se preguntaba si él seguía insistiendo.
—¿Luciana? —insistió Salvador—. ¿Me escuchas? ¡Alejandro, de veras pasaste el teléfono?
Alejandro se encogió de hombros, divertido.
—Supón que no lo hice, ¿y qué?
—¡Oye! ¿Sigues siendo mi amigo? —bufó Salvador.
—No.
—¡Alejandro! —protestó él.
Luciana negó con la cabeza; parecían dos niños.
Decidió ayudar:
—Salvador, Martina está hoy en el hospital.
—¿En Radiología? Fui y no la encontré.
—Te daré su número interno —explicó Luciana—. En turno no podemos llevar celulares, pero cada servicio tiene un teléfono de planta. Toma nota.
Salvador exhaló aliviado.
—¡Genial! Gracias, Luciana. Te debo una comida… y un bolso.
—Ni sueñes —soltó Alejandro con una risita helada—. ¿Crees que tu familia supera a los Guzmán para andar regalando bolsas de diseñador?
—¡Ja! —replicó Salvador—. ¿Qué tiene mi f