Alejandro lo sabía, pero temía que hubiera pasado antes, sin que él lo recordara.
—Tienes razón —se acomodó contra su pecho, murmurando—. Fue un pensamiento tonto.
—Vaya imaginación… —se burló ella, enredando sus dedos en su cabello.
De pronto se quedó quieta, un hilo de voz atrapado entre los labios:
—Oye… ¿alguna vez se te ocurrió…?
¿…pensar que él mismo era el padre de Alba? Aun si por entonces estaba con Mónica, ¿de veras no notó la diferencia entre ambas? “¿Será que, con la luz apagada, todas las mujeres les parecen iguales a los hombres?”
—¿Pensar qué? —preguntó él, alzando la cabeza.
—Nada —sonrió con esfuerzo—. Nada importante.
Algún día se separarían; ¿para qué confesarlo? Si él supiera que Alba es su hija, ¿no lucharía por quedarse con ella? Imposible. Alba es mi vida. Ni su padre la arrancará de mi lado.
***
Al día siguiente cayó un aguacero sobre Muonio. El cielo estaba negro y el agua caía a cántaros, como si el firmamento se hubiera rasgado. Después de quirófano, Luciana