Él dejó escapar una risita contenida.
—Con que cenes conmigo esta noche es suficiente.
Dos segundos de silencio.
—¿Estás en Muonio? —preguntó ella, cayendo en la cuenta.
—Llegué hace un par de horas.
Luciana resopló, divertida.
—¡Pudiste haberlo dicho de frente! Me asustaste.
—¿La doctora Herrera aceptará honrarme con su presencia?
—¿En qué hotel te alojas?
—No cenemos en el hotel; vayamos a Áurea Restaurante, tu favorito.
—Perfecto.
Luciana llegó al Áurea; Enzo ya la aguardaba en un salón privado.
—Pasa, siéntate —dijo él, sirviéndole un vaso de agua.
—¿A qué se debe la visita inesperada? —preguntó ella sonriendo.
—No tan inesperada —respondió con calma—. Tengo negocios en Muonio: vengo varias veces al año.
En los últimos tres años había reducido los viajes, pero aún aparecía una o dos veces.
—¿Qué se te antoja? —Luciana hojeó la carta.
—Tú dominas este menú; ordena tú.
Ella pidió tres platos y una sopa: lo justo para dos.
Mientras comían, Enzo retomó la charla:
—Ciro me dijo que lame