—Oh… —Luciana lo miró con sorna—. Pero qué despiadado, señor Guzmán. Y tan… “frío”. Aunque claro, es usted un maestro de la seducción: basta unas cuantas palabras y su enamorada lo perdona, lista para seguirlo como perrito faldero.
¿Ah, sí?
—Perfecto —ironizó Alejandro—. Entonces te voy a endulzar el oído todos los días, hasta que tú seas la que me siga con devoción.
—… —Ella se congeló un instante, con una sonrisa forzada—. No, gracias. Ya me voy o Alba se pondrá a llorar si no me ve.
Murmuró:
—Esa niña solía ser adorable y tranquila, pero desde que llegamos a Muonio, no sé… se le ha vuelto un genio tremendo.
En especial desde que conoció a Alejandro y a Miguel juntos…
—Deja que Simón te lleve. Llámame cuando llegues.
—Sí, sí…
Luciana alzó la mano en gesto de despedida y salió sin mirar atrás. Bajó en el ascensor hasta el estacionamiento.
Y de pronto, al abrirse las puertas, se topó de frente con Luisa, quien parecía esperarla.
—¡Ay! —Luciana dio un respingo y se llevó la mano al pech