Luciana giró… y se encontró con Alejandro. “¿Y Juana?” Se quedó muda, un signo de interrogación sobre la cabeza.
—¿Pasa algo? —susurró él sin dejar de mirarla—. ¿Tengo algo en la cara?
—No… nada. —Luciana apartó la vista, atribuyéndolo a un simple “nos sentamos donde cayó”.
Las luces se apagaron y empezó la superproducción de época del momento. Luciana, atrapada por la trama, dejó el vaso en el portabebidas del apoyabrazos. Justo cuando retiraba la mano, unos dedos cálidos la envolvieron.
¡Su corazón se disparó! Era la mano de Alejandro.
Él ni siquiera la miraba; la luz de la pantalla perfilaba su rostro serio, como si nada ocurriera. Luciana trató de zafarse, pero él afianzó el agarre y entrelazó sus dedos con los de ella. Cuanto más forcejeaba, más firme se sentía aquella prisión de carne y hueso.
“¿Qué pretende? ¡Su novia está sentada al otro lado!”
Incapaz de soltarse, Luciana se levantó de golpe.
—¡Oye, baja la cabeza! —protestó alguien en la fila posterior.
—¡No estorbes! —gritó