Era Juana.
Abrió la puerta y se dejó caer junto a ella.
—¡Qué coincidencia encontrarte otra vez!
—Sí, Muonio resulta ser un pañuelo —rio Luciana.
Juana echó un vistazo a su alrededor.
—Oye, esto es ropa de hombre… ¿Compras para…?
—Lu-ci-a-na… —interrumpió Ciro, saliendo del probador con una camisa por acomodar.
Juana se puso de pie de un brinco, lo repasó de arriba abajo y soltó sin filtro:
—¡Está guapísimo!
Luciana rio por lo bajo.
—Sí, la genética ayuda —admitió; los rasgos mestizos de Ciro —alto, espigado, facciones marcadas— eran, objetivamente, de impacto.
Juana, cada vez más intrigada, dio un pasito al frente.
—¿Y este bombón quién es para ti?
—Un amigo —respondió Luciana.
—¿Amigo, eh? —repitió Juana, arqueando las cejas con picardía—. ¡Pero si hasta lo acompañas a comprar ropa!
Luciana no sabía cómo resumir la situación sin enredarse.
—Je, je… ¿No será tu novio? —insistió Juana, divertida.
—Todavía no —intervino Ciro, sonriendo con calma—. De momento somos sólo amigos.
—Oh… —Jua