—Oye, ¿y a ti qué te pasa? —preguntó, acomodando a Alba en su regazo.
—Uf —suspiró Martina, apoyando el mentón en las manos—. ¿Sabes quién? ¡Mi mamá!
Luciana comprendió de inmediato.
—¿Está presionándote otra vez para que tengas citas a ciegas?
—¡Sí! —respondió Martina, asintiendo con desesperación—. Es una tras otra y me tiene harta. Dice que ya estoy “grande” y que luego será más difícil. ¿Tú crees que soy tan vieja?
Por supuesto que no. Martina era incluso un poco menor que Luciana; no llegaba ni a los 25. En los tiempos actuales, cuando las mujeres aspiraban a crecer profesionalmente, no era nada “tarde”.
—¿Por qué tanta prisa? —dijo Luciana con una leve sonrisa.
—¡Exacto! —Martina hizo un puchero—. Se empeña en forzarme y todavía me reclama el no haber salido con nadie en la universidad. Como si enamorarse fuera igual que ir al mercado y escoger verduras. ¡Encontrar a un hombre es más difícil que elegir zanahorias!
En realidad, el principal problema era que ella ya tenía a alguien