Se refería a dos de las personas más importantes en su vida: uno había fallecido y el otro se debatía entre la vida y la muerte, todo por su causa. Semejantes golpes, uno tras otro, habrían derrumbado a cualquiera.
—Luciana… —Martina la estrechó entre sus brazos con ternura y preocupación.
Justo entonces, se escuchó un grito:
—¡Aquí está! ¡Rápido, el médico! ¡Traigan una camilla!
—¡Fer! —El corazón de Luciana se detuvo por un segundo. Se incorporó con torpeza, queriendo correr hacia él. Martina la sostuvo para que no cayera.
—¡Cuidado! —le advirtió—. Despacio.
Cuando llegó, Fernando estaba tendido sobre la camilla, con el rostro completamente pálido, empapado en agua salada mezclada con sangre fresca que seguía brotando sin parar.
—Fer… —balbuceó Luciana, sintiéndose a punto de desvanecerse.
Sus piernas flaquearon y estuvo a punto de caer de rodillas, pero Martina la sostuvo.
—¡Tienes que resistir, por favor! —le suplicó—. Fernando necesita ayuda urgente, y lo que más lo va a motivar a