Sus miradas se encontraron. Luciana no dudó en sostenerle la mirada, e incluso esbozó una pequeña sonrisa. Alejandro se turbó; primero se quedó sin saber qué hacer, luego reaccionó y estiró la mano para mantener la puerta del elevador abierta.
—¿No entras? —le preguntó.
—No —contestó Luciana con un gesto amable—. Estoy esperando a alguien. No puedo llevar todo esto yo sola.
Al oírla, Alejandro salió del ascensor e hizo ademán de recoger las cosas.
—No hace falta —se apresuró a rechazarlo—. Tienes otras ocupaciones. Ella te está esperando.
—Luciana… —dijo él, frunciendo el entrecejo en un murmullo—. Hoy Mónica va a ser dada de alta y vine a ayudarla con su salida.
—Ya veo —respondió Luciana, como si no le afectara—. Entonces mejor que no retrases el elevador. No deben bloquearlo demasiado o será un problema para los demás.
Notando que Alejandro seguía ahí, añadió con un tono que no admitía discusión:
—No quiero subir con ella. No me obligues.
Ante la firmeza de Luciana, Alejandro no tuv