—¿Oíste bien? —comentó Luciana, alzando apenas una ceja. Luego se volvió hacia el encargado del crematorio—. ¿Me prestas otra pluma, por favor?
—Sí, con gusto.
Tras recibir el bolígrafo, Luciana firmó de inmediato.
—Puedes proceder cuando quieras.
—Como guste.
Entonces, ella se acercó un par de pasos hacia el cuerpo de Ricardo, que reposaba ya preparado para la cremación. Lo observó con tristeza y alzó las manos para sostenerle el rostro con ternura. Luego inclinó la cabeza y depositó un beso en su frente.
—Papá… he venido a despedirme de ti —susurró con la voz entrecortada—. Ojalá encuentres paz. Y, por favor, cuando veas a mamá, discúlpate con ella.
—¡Ja! —se burló Mónica con un bufido—. ¡Qué hipócrita!
Luciana se detuvo. Al parecer, la primera bofetada no había sido suficiente. Sin vacilar, levantó el brazo de nuevo y le propinó a Mónica una segunda cachetada, esta vez más fuerte. Se oyó un “¡paf!” claro y seco, que retumbó en la sala.
—¡Ah…! —gimió Mónica, tambaleándose a punto de