—¿Eh? —Luciana se quedó desconcertada, sin entender lo que él pretendía.Él la observó por unos segundos y soltó un suspiro. Tampoco quería presionarla tanto, pero no quería darse por vencido.—¿De verdad no entiendes, o te haces la desentendida?Sus miradas se cruzaron. La intensidad de los ojos de Alejandro hizo que a Luciana se le acelerara el pulso.En el fondo, sí entendía. Pero prefería no dar ese paso, no aclararlo, porque temía que una vez las cartas estuvieran sobre la mesa, ya no habría vuelta atrás.—Luciana… —empezó él.—¡No digas nada! —Lo interrumpió con angustia—. Te lo suplico… no digas ni una palabra, ¿está bien?De repente, Alejandro le sujetó la barbilla con la mano, con un deje de ironía en la mirada.—¿Quieres que me calle? Pero bien sabes lo que está pasando. Aceptas mis atenciones sin darme ninguna respuesta, ¿eh, Luciana? ¿No crees que eso te hace una… “mala mujer”?—¿Ah? —Ella lo miró, incrédula. ¿La estaba llamando así?—¿Te sorprende? —murmuró él, pasando el
Se encontró en medio del silencio de su habitación. No había Alejandro por ningún lado. Había soñado que él la besaba. ¿Por qué? ¿Cómo podía ser tan… ridículo? Ni siquiera en su época de recién casados se había atrevido a soñar algo tan embarazoso.Más tarde, cuando Martina pasó por el departamento a recoger unas cosas, Luciana le contó lo ocurrido.—Vaya… —Martina soltó una carcajada—. Luciana, ¿será que ya te surgió la chispa del amor?—¿Qué tontería dices? —Luciana negó entre risas—. Para nada.—¿En serio? —Martina la miró con picardía—. No lo veo mal. Al fin y al cabo, es tu esposo y no hay nada ilegal en sentir algo por él.—No digas disparates. —Luciana la reprendió—. Sabes de sobra cómo están las cosas entre nosotros…—Precisamente. —Martina dejó de bromear y la miró con seriedad—. Si aún lo quieres, ¿por qué no volver a intentarlo? ¿Qué importa que alguna vez haya amado a Mónica? ¡Gánatelo de vuelta! ¿Por qué vas a cederlo así como así?Las palabras de Martina la dejaron perple
El departamento de Tomás estaba en la planta baja, con un pequeño jardín repleto de hierbas y flores medicinales.Tocaron el timbre y la empleada de la casa salió a abrir.—¿Ustedes son los alumnos del doctor? Adelante, por favor.—Gracias.Tomás tenía la tarde libre y acababa de echarse una pequeña siesta.—Tomás, ¿cómo ha estado últimamente? —saludó Luciana con respeto.—Muy bien —respondió, sentado mientras sorbía un té—. ¡Luciana! Entonces, ¿tú eres su esposo? —añadió, dirigiéndose a Alejandro.Era sabido en Muonio que Luciana y Alejandro estaban casados, aunque ella no lo fuera pregonando.—Sí, así es.—Venga, tomen asiento —invitó Tomás, señalando las sillas frente a él. Alejandro obedeció y se sentó.—Extiende el brazo para que Tomás te tome el pulso —indicó Luciana, apuntando al antebrazo de Alejandro.—Claro, muchas gracias por atenderme, doctor —dijo él, colocando el brazo sobre la mesa.Tomás cerró los ojos y se concentró, como si contuviera la respiración mientras palpaba c
La sola idea le resultó incómoda a Luciana. Con el dinero que él tenía, seguramente podría contratar a alguien que le preparara el remedio en la puerta de su oficina.—Tal vez me extralimité… —murmuró, avergonzada.Pero Alejandro enarcó las cejas al notar que Luciana volvía a cambiar de idea. Fingió molestarse:—No me parece justo que te retractes tan rápido después de prometerlo.—¿Eh? —Luciana se quedó pasmada. ¿Quería que lo hiciera o no?—A lo que me refiero… —dijo él, con una mueca de diversión—. Es que sería muy pesado para Simón traer y llevar el remedio a cada rato. Mejor vengo yo.—¿Tú…? ¿Tres veces al día? ¿No es peor? —preguntó Luciana, sorprendida.—Si no me equivoco, en la medicina tradicional siempre dicen que el remedio recién hecho tiene más potencia —argumentó Alejandro con las cejas alzadas—. ¿Verdad?—Sí, eso es cierto —admitió ella—. Pero, si vienes en auto, no es mucho el retraso. ¿No crees que es un fastidio estar yendo y viniendo?—No pasa nada —insistió él, impe
Él se quedó callado un instante, pensando en que aquello seguía por un largo camino. No obstante, con una docilidad poco habitual, contestó:—Perfecto, “me encanta”.***Tras una semana de hospitalización, los indicadores de Pedro eran estables y, como donante, tenía luz verde para irse a casa. Con cuidado y buena alimentación, en medio año debería recuperarse completamente. La presencia de Balma en su vida también contribuía a que no fuese un gran problema.Ese mismo día, Alejandro había pasado por el departamento de Luciana para tomar su dosis de medicina. Juntos fueron al hospital a arreglar el papeleo y luego llevaron a Pedro de vuelta a Estancia Bosque del Verano.En el camino de regreso, Alejandro mencionó:—Luciana, por la tarde debo viajar a Reeton.De inmediato, ella pensó en el tratamiento:—¿Y cómo harás con la medicina? —La terapia con hierbas no debía interrumpirse, o de lo contrario se perderían los avances.—¿Qué puedo hacer? —Él se encogió de hombros—. Tendré que dejarl
Anteriormente había tenido mareos y sensación de que todo se movía a su alrededor. En cambio, esta vez fue como si simplemente hubiera quedado a oscuras, como si alguien apagara la luz de golpe.Entonces recordó algo: no era tan inusual. En el día de la cirugía de Pedro, sucedió algo parecido. Ella despertó y creyó que la habitación estaba completamente oscura, incluso preguntó a Martina por qué no encendía la luz. Pero esa vez duró muy poco, y la ansiedad por la cirugía de su hermano le impidió darle mayor importancia. Lo atribuyó al cansancio de la noche anterior.Tal vez se equivocó.Esta vez, la oscuridad era más notoria. Luciana, con un nudo en la garganta, se recargó en el zapatero, obligándose a mantener la calma.Esperó alrededor de un minuto, tal vez un poco más, hasta que poco a poco empezó a percibir luces y siluetas. Volvía a ver.Lejos de alegrarla, esta recuperación momentánea la puso en alerta. No era normal.Luciana sospechaba que Alejandro y la doctora Alondra le ocult
—El bebé no presenta problemas, el inconveniente recae en usted… ya experimentó episodios de ceguera temporal. Si esto progresa, siendo usted médico, sabe bien que no podemos predecir con certeza qué pueda pasar.—Sí, lo comprendo. —Luciana asintió. En medicina, cada caso evoluciona de modo distinto, y no hay garantías absolutas.—Gracias, doctora.—No hay nada que agradecer.Al salir del consultorio, Luciana estaba pálida. Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Bajó la vista y llevó una mano a su vientre.Al principio, ni siquiera estaba muy convencida de tenerlo. En estos meses, el embarazo le había causado muchas molestias. Pero ahora que el bebé ya era tan grande, podía sentir sus movimientos y latidos, esa conexión sanguínea tan especial…Había hecho planes para su vida, incluyendo a Pedro y a este pequeño ser que llevaba dentro. ¿Cómo había terminado en esta encrucijada?¿Debería renunciar a él? Ya era un feto muy desarrollado, casi una personita formada. ¿Tanto esfue
Con estas cavilaciones en la cabeza, esa noche Luciana no logró un sueño profundo. Al levantarse, descubrió que los pies se le habían hinchado como bollos.Al presionar con un dedo el empeine, se formaba un hoyuelo que tardaba en desaparecer. Suspiró: eran los malestares típicos del embarazo que, a medida que avanzaba, parecía complicarse más.Tras su rutina matinal, Luciana salió de casa. Había quedado con Martina en visitar a su madre. Aprovechó el trayecto para comprar unas mandarinas feas por fuera pero muy dulces por dentro, la variedad favorita de la señora Laura.La familia de Martina vivía en la parte sur de Muonio, en una zona de casas un tanto antiguas. Habían surgido hace años con un negocio de tamaño mediano, lo bastante para vivir sin estrecheces… aunque últimamente atravesaban dificultades.Martina salió a abrir la puerta y, al ver a Luciana, exclamó con cariño:—¡¿Cómo se te ocurre andar en este frío?!Al mismo tiempo, la jaló con suavidad para que entrara.—¡Entra, no q