¿O sea, que en verdad iba a besarla aunque Luciana estuviera ahí? Tragando saliva, quiso protestar, pero a la vez sentía una expectación que la desarmaba.
—Señor Guzmán… —empezó a decir.
—Luciana. —Alejandro la interrumpió para, de pronto, tomar la mano de Luciana—. Tú y yo somos el 6.
—¿Qué? —Ella abrió mucho los ojos—. ¡No lo soy! Mi papel dice 9.
Le enseñó su número para demostrarlo.
—Tonterías —dijo él, echando una ojeada fugaz—. Eso claramente es un 6. Pueden confirmarlo, ¿verdad?
Echó el papelito sobre la mesa para que los demás lo vieran. Aunque muchos reconocieron de inmediato que era un 9, nadie se atrevía a contradecir al “señor Guzmán”. Así que todos confirmaron lo que él decía:
—Sí, se ve como un 6.
—Sí, sí, es un 6.
Mientras tanto, Rosa apretó los dientes con frustración y guardó su propio número: también era un 6.
—Bueno, pásenme eso —dijo Alejandro, mostrando una ligera sonrisa mientras alzaba la mano.
La compañera, entendiendo la señal, le entregó la tablilla cubierta c