La cara de Luciana se puso al rojo vivo. Normalmente no se sonrojaba con facilidad, pero esta vez la situación la desbordaba: ¡tenía a todos sus compañeros de clase alrededor!
—¡Alejandro! ¿Estás loco o qué? —exclamó, intentando soltarse.
—Luciana… —murmuró él, con un aliento que olía intensamente a alcohol. Tal vez era efecto de la bebida, o quizás se trataba de una confesión honesta. Sostenía la mano de Luciana sin soltarla, suplicante—. No me ignores, no me rechaces… ¿sí?
Entonces, apoyó la mano de Luciana sobre el lado izquierdo de su pecho.
—Toca aquí… me duele como no tienes idea.
¡Estaba comportándose como un auténtico borracho descontrolado!
—¡Suéltame! —dijo Luciana, sintiendo cómo el calor le subía a la cara. Percibía las miradas de sus compañeros, algunos disimuladas, otros demasiado evidentes.
Pero Alejandro se empeñaba en mantener la misma postura, repitiendo:
—Luciana, háblame… mírame, ¿sí? Dile algo a este corazón que no deja de doler…
Rosa, que acababa de llegar con un