Un escalofrío le recorrió el cuerpo; sentía la sangre helada en las venas.
—Alejandro, ¿en serio harías esto por Mónica? ¿La vida de Ricardo te importa más que la mía y la de tu hijo? —sus ojos se llenaron de lágrimas. Se le quebró la voz—. Me prometiste que no me forzarías nunca más…
Recordó aquella vez que él juró no presionarla para quedarse a su lado. Y, sin embargo, aquí estaba una nueva muestra de poder en su contra.
—Luciana —dijo Alejandro, percibiendo su respiración temblorosa—. ¿Estás… temblando? ¿Tienes frío, o te sientes mal?
Pero ella parecía no querer escucharlo, pues ya tenía su propia interpretación de las cosas. Dejó escapar una risa tenue y cargada de ironía.
—El señor Alejandro Guzmán de Muonio, el gran heredero de una familia poderosa, haciendo lo que se le antoja.
—Luciana, no es… —intentó explicarse.
—¿No es qué? —replicó ella, alzando la voz—. A ver, dime por qué me presionas de esta forma.
Alejandro guardó silencio. No sabía cómo contestarle. Según las indicacio