—¿Luciana? —preguntó él con preocupación, y se levantó de inmediato para sostenerla con cuidado—. ¿Te sientes mal?
Luciana no respondió; tenía el ceño fruncido, como si sufriera un mareo repentino que le hacía perder la noción de dónde estaba.
—¿Luciana? Dime algo —insistió él, visiblemente asustado.
—Dame… un minuto… se me pasará —musitó ella, aún con los ojos cerrados.
—¿Un minuto? —repitió Alejandro—. ¡No pienso quedarme esperando a ver cómo sigues!
Sin más, pasó un brazo bajo sus piernas y la alzó en vilo.
—Nos vamos al hospital.
Luciana estaba demasiado aturdida para objetar, y Alejandro no quiso escucharla de todas formas. Condujo directamente a la clínica privada de maternidad. No tenían cita previa, pero por suerte la doctora Alondra estaba de guardia nocturna.
Mientras Luciana se recostaba en la camilla de la sala de exámenes, la doctora recibió a Alejandro con una mirada de reproche.
—Vaya, señor Guzmán, qué sorprendente que hoy tenga tiempo de venir.
La actitud de Alondra er