Ella lo miró con una chispa de picardía en la mirada:
—Oye, me invitaste a venir, ¿verdad? Tú pagas, ¿no?
—Claro, ¿por qué lo preguntas?
—Por confirmar… —respondió Luciana en broma. Después, bajó un poco la voz, puesto que el mesero seguía cerca—. En adelante, no podré darme estos lujos tan seguido. Hoy pienso dejar mi estómago feliz.
Alejandro se tensó ligeramente. Su mirada quedó atrapada en la sonrisa de Luciana.
—Eso no tiene por qué ser así. Si quieres venir, puedo traerte cada vez que te apetezca.
—Tal vez lo digas solo por decir. Igual, gracias —respondió ella sin tomárselo muy en serio—. Pero mejor cuida que Mónica no se entere; no vaya a ser que se ponga celosa y te meta en un lío.
El nombre de Mónica salió de nuevo a la luz. Alejandro respiró hondo y trató de contener el malestar.
—Luciana, lo que pase entre nosotros no tiene que ver con… nadie más.
—¿Ah? —Ella se quedó pensando un instante y creyó comprender—. ¿La estás defendiendo, verdad? O sea, que no la culpemos de que t