“Así que vino en serio”, pensó Alejandro, sintiendo una oleada de celos y amargura. ¿Acaso Luciana habría llamado a Fernando en vez de llamarlo a él? Esa sola idea le calaba hondo.
—Señor Domínguez —dijo con desdén—. A esta hora, afuera de la habitación de mi esposa… ¿te parece apropiado?
Fernando soltó una risa burlona. Notaba la tensión entre Luciana y Alejandro. Estaba claro que si su relación marchara bien, ella jamás habría recurrido a él.
—No sé si sea “apropiado” —contestó con un deje de desafío—. Pero Luciana me llamó. Está enferma y me pidió que la cuidara.
Alejandro lo miró con un brillo helado en los ojos. Se confirmó su peor sospecha: ella sí lo había buscado. El veneno del resentimiento le ardía en la sangre. Sin pensarlo, alzó las manos y agarró la solapa de Fernando.
—Fernando, ¿vienes a buscar la muerte? ¡Lárgate de aquí antes de que te mande a volar! ¡Lárgate ya!
Alejandro no iba a tolerar que otro hombre se hiciera cargo de su esposa.
—Ah… —Fernando soltó un bufido—.