No fue una sorpresa que Alejandro no quisiera recibirla. Luciana ya lo había previsto antes de venir: no sería fácil verlo. «¿Qué sigue?», se preguntó, contemplando la posibilidad de marcharse sin más.
Tras un breve instante de reflexión, señaló el área de espera en el vestíbulo:
—¿Me permiten sentarme ahí a esperarlo?
—Claro —asintió la recepcionista—. Esa zona está para eso, señora; si gusta, adelante.
—Gracias —respondió Luciana, tomando asiento en un sofá y dejando su mochila a un lado.
Poco después, la misma recepcionista se acercó con un vaso de agua caliente:
—Señora, por favor, si necesita algo, solo dígame.
—Muchas gracias —contestó Luciana, intentando sonreír. «Esperaré», pensó, porque no tenía otro plan. Quizá al mediodía, Alejandro saliera a comer.
Alrededor del mediodía, la recepcionista, notando que Luciana seguía ahí sin moverse, llamó en silencio a la oficina de la secretaría del CEO para hablar con Sergio:
—Señor Sergio, la señora Guzmán todavía está aquí, y ya casi es