—Por favor, ya basta de juegos. Hasta aquí llegué —dijo, poniéndose de pie y agarrando su bolso.
—¡Luciana! —Ricardo, desesperado, la sujetó de un brazo—. No te vayas.
Lo había intentado de buena manera, y aun así su hija se negaba a recibir nada de él. De pronto, se dio cuenta de que Luciana lo odiaba. Lo odiaba a muerte.
Entendió que suplicar ya no funcionaría. Ricardo apretó los dientes y lanzó una risa amarga.
—¿De verdad te irás así? ¿Estás segura?
—¿Qué quieres decir? —Luciana lo miró con sospecha.
—Me queda poco tiempo de vida. Si no tomas la casa y el dinero, todo acabará en manos de tu tía Clara y de tu… “hermanita” —advirtió, subrayando cada palabra.
Luciana se quedó helada. Eso le tocaba el punto débil.
Ricardo prosiguió:
—Tu madre me apoyó desde cero cuando inicié mi negocio. Toda mi fortuna tiene que ver con el esfuerzo que ella hizo a mi lado. ¿De verdad vas a renunciar a lo que legítimamente te corresponde?
Luciana guardó silencio y sintió cómo su corazón se encogía de r