Sergio clavó la mirada en el rostro sombrío de Alejandro, sin atreverse a soltar palabra. El auto continuaba avanzando a toda velocidad.
—¿Dónde está Simón? —inquirió Alejandro, apretando la mandíbula.
Sergio entendió al instante y marcó el número de Simón, pero al cabo de unos segundos se volvió hacia él con el rostro tenso:
—No contesta. Su teléfono está apagado.
—Maldición… —susurró él. «Si no responde, o está con Luciana o… algo peor.»
Sergio tampoco quería presionar; la situación era cada vez más apremiante. Alejandro reflexionó unos segundos y tomó su celular para llamar a Salvador.
—Salvador, soy yo —dijo con tono urgente, describiendo los hechos de la forma más concisa posible.
Al otro lado de la línea, su amigo captó de inmediato:
—¿Quieres que vaya por Luciana?
Hubo una leve pausa, casi imperceptible, y al fin Alejandro respondió:
—Sí.
—No hay problema, pero… ¿estás seguro? Podríamos intercambiar roles. Yo comprendo que hay que rescatar a las dos, pero Luciana... no será lo m