—Jamás —respondió Luciana, con un hilo de voz interrumpido por una sonrisa llena de lágrimas—. Solo puedo agradecerle, profesor. Muchísimas gracias.
—A mí no, dale las gracias a tu esfuerzo. Eres tú quien no se rindió a pesar de las adversidades.
—Sí… —musitó, parpadeando para contener el llanto.
Delio asintió con afecto:
—Si logras la admisión directa, podrás formar parte estable del cuerpo médico del hospital y avanzar en tu carrera académica. Vale la pena intentarlo. Esperemos con paciencia, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —aseguró Luciana, con un brillo de determinación en la mirada.
Al salir de la oficina del director, el teléfono de Luciana no paraba de sonar en su bolsillo. Estaba tan entusiasmada que atendió casi sin fijarse quién llamaba.
—¿Aló?
—Luci —reconoció la voz de Alejandro—. ¿Ya saliste? Estoy abajo, esperándote.
—Ah… sí, ya bajo.
Colgó y se encaminó directo a la salida. Al cruzar la puerta, lo vio de inmediato, en pie, con un aire de seguridad característico, esperando fren