—¿Convencerlo de qué? —repitió Alejandro, atónito. Poco a poco, la calidez de su sonrisa se fue disipando, dejando entrever un gélido matiz en sus ojos—. Explícate.
Luciana, sintiendo que ya no podía guardarse nada, se atrevió:
—Te gusta tanto Mónica… ¿no podrías volver a hablar con tu abuelo? Tal vez, si él la aceptara como tu pareja, así no tendríamos que seguir atados el uno al otro.
Era obvio que, en el fondo, a ella le pesaba el destino que los unía, así, sin amor. Los brazos de Alejandro se tensaron alrededor de su cintura, presionándola con algo más de fuerza.
—Ah… —se quejó Luciana—. Alejandro…
Él se disculpó con un susurro, aflojando un poco el abrazo, pero su semblante ya se había endurecido.
—Descuida —dijo—. No hay forma de hacer cambiar de opinión a mi abuelo. Por lo tanto, solo nos queda casarnos, Luciana.
—¿Solo nos queda…? —repitió ella, con un sabor amargo en el pecho.
Aunque la respuesta era la que esperaba, no pudo evitar sentir la punzada de la desilusión. Si de ver