—¿Estás segura? —masculló—. Tú misma dices que tanto te preocupa Pedro. ¿No crees que se preguntará por qué su hermana no desayuna con su cuñado?
Esa frase la dejó aturdida por un segundo y, en ese instante de duda, él la arrastró suavemente hacia el comedor.
—No vas a salir. Desayuna conmigo. Después podrás ver a Pedro cuando terminemos.
Entre forcejeos, Luciana quedó sentada en una silla… precisamente frente a Mónica, quien, taco en mano, se detuvo al verla.
—Ah… hola —saludó Mónica, dejando a un lado la comida y limpiándose la boca con servilleta.
Luciana la miró sin decir palabra, con una expresión que dejaba ver un fastidio contenido. El ambiente se volvió incómodo. Mónica esbozó una sonrisa forzada:
—Quería disculparme por lo de anoche. Tomé demasiado y terminé molestándolos. Pero espero que entiendas mi situación… en fin, Alex y yo…
La voz se le quebró, dando a entender que le dolía seguir hablando. Luciana simplemente la contempló, sin molestarse en responder nada.
El silencio