El lugar entero se llenó de gritos y murmullos, creando un gran alboroto. El falso empleado de limpieza que había raptado a Luciana quedó perplejo. «¿No la había drogado con éter? ¿Cómo se despertó tan rápido?», pensó, sorprendido de que la sustancia no surtiera efecto.
—¡Alguien avise a seguridad! —gritó una voz.
Varias personas corrieron hacia Luciana para ayudarla.
—¿Estás bien? ¿Dónde está la persona que te hizo esto?
Alejandro corría en dirección a la zona donde había escuchado el alboroto. A la distancia, notó la aglomeración de gente y, en el centro de todo, vislumbró a Luciana tirada en el suelo.
Los guardias de seguridad del hotel también llegaron enseguida.
—¡Señor Guzmán! —lo llamaron, nerviosos.
Él les dirigió una mirada helada.
—¿Qué hacen parados? ¡Atrapen a ese desgraciado! ¡Quiero ver a mi esposa sana y salva, ahora mismo!
El individuo que fingía ser personal de limpieza, al verse descubierto, salió corriendo. Pero no tenía ayuda y, a plena luz, no podía competir con el