El hospital, siempre iluminado las 24 horas, pero parecía sumido en la oscuridad para Alejandro. Luciana… ¡lo había bloqueado! De repente, recordó sus palabras: que no serían amigos, que no se verían más, y que si alguna vez se encontraban, serían completos extraños. Sintió un vacío en el pecho, como si le hubieran arrancado una parte de sí mismo. Ella lo había dicho… y lo había cumplido.
Alejandro levantó la cabeza de golpe y miró a Sergio.
—¡Sergio!
—¿Qué pasa, Alex?
—Llama a Luciana. Dile que el abuelo está enfermo… que quiere verla.
—De acuerdo. —Sergio, aunque intrigado por la petición, no hizo preguntas. Marcó el número y esperó.
Al otro lado, Luciana contestó:
—¿Sergio?
Alejandro contuvo la respiración; ella había respondido. Sergio, echando un vistazo rápido a su amigo, habló en voz baja:
—Luciana, don Miguel se ha puesto mal. Quiere verte.
—¿Miguel está enfermo? —Luciana se levantó de su asiento, alarmada.
—¿Qué le pasó? ¿Es grave?
—Se alteró mucho, y ahora está en la sala de