La clase experimental duró apenas cuarenta y cinco minutos, y pasó rápido. Mientras daba la clase, Luciana se sentía plena y concentrada. Pero al salir, la mente en blanco, volvió a sentir ese peso en el pecho.
Sin poder evitarlo, tomó su celular y abrió la foto que Mónica le había enviado. Cerró los ojos a medias, esbozando una sonrisa amarga. De no ser por esa imagen, casi habría creído en las palabras de Alejandro de la noche anterior.
—Vamos a estar bien juntos.
¿En su situación? ¿Cómo podrían estar bien?
Sostenía el teléfono y no supo cuánto tiempo se quedó allí, en la entrada del salón, hasta que alguien la llamó:
—¿Luciana?
Era Simón. Alejandro le había ordenado llevarla y recogerla. Al ver que no salía, Simón, preocupado, pensó que quizá le había pasado algo.
—¿Terminaste la clase? ¿Nos vamos?
—Sí, vamos —respondió Luciana mientras guardaba el celular y asentía.
Regresaron al cuarto del hospital, donde el tiempo se había alargado más de lo prometido. Alejandro, con el ceño frun